Las cosas estan vivas solo cuando ponemos el alma en ellas. Los sonidos y los gestos tienen una existencia real solo cuando estamos conscientes de ellos ya sea como emisores o receptores de los mismos. Pequeños gestos pueden desatar grandes movimientos. Una sola palabra dicha en el momento justo puede cambiar la historia. El tiempo es una ilusión necesaria y también el momento de decir que iniciamos un nuevo ciclo, como el año nuevo.
Los rituales de fin de año y año nuevo marcan esa necesidad de volver al origen, de renacer o dar a luz algo nuevo.
Es un buen momento para perdonar y perdonarnos, para estar concientes de lo efímero y de lo esencial.
Pero un ritual “ritualizado” es un ritual cristalizado en su ausencia de significado.
Dar a luz es crear. Aun los gestos y sonidos más sagrados como los mudras y mantras carecen de fuerza sino estamos concientes de su significado. Y estar conscientes no es comprenderlos con la razón sino vivir su vida. Un saludo al sol que no salude al sol desde el alma, plenamente agradecido y maravillado no es más que una gimnasia. Una limpieza a fondo de la casa para fin de año que no sea vivida como una limpieza del alma, con gozo y agradecimiento no tiene sentido ni capacidad de producir cambios, salvo el de dejarnos agotados. Un verdadero ritual pone fuera, hace visible, lo que está adentro, lo contrario nos satura, nos agobia e inmoviliza quitándonos libertad. Incorporar gestos desprovistos de significado es como atiborrar la casa de muebles inútiles que reducen nuestro espacio vital y sólo sirven de adorno.
El verdadero ritual “saca los muebles hacia fuera” , es una expresión del alma y produce una plenitud del espacio que ha liberado.
Tal vez sea un buen momento para conectar con nuestro corazón y sentir que cosas tenemos para dar, para sacar, visualizar y compartir. Un momento si, para crear, para dar a luz un gesto, un sonido, una mirada…o lo que sea, pero que exprese plenamente una intención del alma, que comunique su fuerza y cobre vida en este año que decidimos comenzar.
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